Tres Ibanes sin piedad (Crónica La Adrada 6 Agosto)
Toro de Sánchez Urbina, un animal tan feo como poco acorde al festejo. Luego saltó Ibán…
Hace tiempo que La Adrada anda dando tumbos. Pasamos del torismo al torismo malentendido, luego a los mediáticos (un éxito de público) para volver a Finito y terminar en un duelo ganadero. La gente sigue dando la espalda a lo que allí se monta, quizás es hora de un nuevo aire o apostar por una línea clara.
Con este panorama de menos de media plaza arrancó un duelo ganadero, muy desigual, entre Sánchez Urbina y Baltasar Ibán. A demasiadas cosas se las pone el título de “duelo”, esto de hoy no lo ha sido.
Abríó la tarde Javier Herrero con un feo, pero digno de cara, animal de Sánchez Urbina. El segoviano puso su voluntad ante un animal muy soso creando un conjunto al que solo animó la peña que pidió la oreja pues estamos en fiestas. Oreja.
Lama de Góngora jugaba en una liga diferente a sus compañeros y realizó una faena seria ante el bicho que ilustra esta crónica. Un animal inválido al que el sevillano fue capaz de mantener en pie con una labor digna de enfermero. Oreja benévola.
El Adoureño se pegó un baile, muleta en mano, imitando la moviola de El Soro. Pues ya está, le apetecía pues nada más que decir. El resto de la faena la dediqué a pensar a qué vino eso. Ovación.
La tarde apuntaba a otro desastre de El Valle del que uno ya no se asusta. Pero saltó Ibán.
Un silencio inesperado inundó el coso abulense cuando saltó el imponente cuarto. El tono del festejo pasó de sopor a atención. De repente los caballos se movían y los picadores sudaban, atizando. En banderillas tocó correr, tomar medidas precavidas y el suelo se pobló de palitroques. Al Valle llegó EL TORO. Con este material Javier Herrero evidenció carencias pero pasó el trago con dignidad sobre la base de su oficio. Ya nadie pidió el trofeo. Palmas.
Lama de Góngora volvió a enseñar que andaba uno o mil escalones por encima de sus compañeros. De nuevo vimos tercios iniciales complicados, seremos benévolos, pero algún retazo suelto de un torero al que le faltan apreturas. Por el pitón derecho dejó buenos momentos, por debajo del Contreras, pero tan superior a lo que se esperaba… Las Dos orejas fueron benévolas pero, en comparación, yo le hubiera dado hasta las cuatro patas.
El imponente sexto le quitó las ganas de bailar al diestro francés que si bien corrió fue para tomar el olivo ante una arrancada escalofriante que llevaba la guadaña en las astas. A oscuras, pese a los voluntariosos cuatro focos, mató al animal sin perder los papeles excesivamente. Las conclusiones estaban claras. Silencio.
La noche cubría La Adrada y los serios Ibanes ya se marchaban en el camión de los carniceros. Con nostalgia miramos ese último viaje de los restos de los toros pensando en qué el destino les debió preparar un mejor destino. Un pensamiento a lo Braveheart me hizo intentar creer que su muerte no será en vano, que su casta hará reflexionar a más de uno.