Mi admiración a dos toreros que merecen su “último baile” (Crónica Tordesillas 18 Septiembre)
No puedo negarlo, me gusta el lado más romántico del toreo. Me gustaría entender la capacidad de sacrificio de toreros como Álvaro de la Calle y Joselillo cuando la lógica les indica que su época ya pasó pero el corazón les empuja hacia ese “último baile” en el que les llegue la oportunidad que merecen o que se les escapó. El torero no es lógico y me imagino que a eso se agarran para su lucha. Yo sé a lo que me agarro y es a historias como éstas, para mí, de superhéroes a los que admiro por su capacidad de lucha, sacrificio y búsqueda de su sueño.
En el festival taurino de las Fiestas de Tordesillas se volvieron a vestir de toreros, de serlo no lo han dejado nunca.
Álvaro de la Calle sigue peleando por esa oportunidad que se reafirmó en la tarde de Gijón, por el toro que le abra la puerta a un último baile con su destino o que le diga que hasta aquí, el mismo toro con el que cada día los toreros dejan su vida en manos del destino. Él es torero, lo sabe, y sabía que ayer en Tordesillas lo debía volver a sentir. Al de Puerto de San Lorenzo, tan feo como malo, le sopló varias verónicas templadas y le instrumentó una faena larga, nadie importaba, solo él mismo. Buscó el triunfo de mil formas, el cariño del público, el sentirse torero pero con la idea clara de un toreo que jamás se le irá de la cabeza. En él hay un torero firme, serio, de plantas quietas y una oportunidad todavía para ver si lo que un día enseñó lo vuelve a reafirmar. No lo dudamos. VUELTA AL RUEDO.
El otro caso fue el de Joselillo. El de Valladolid tiene estudios para tener su vida hecha, resuelta. El ¿problema? es que su vida es el toro. En sus manos tuvo la gloria en plazas como Pamplona, en sus manos tiene el respeto de un hombre con idea cabal y valor espartano que nunca deja nada para dar. El complicado tercero no le regaló una embestida y de nuevo se puso el traje de guerrero para no defraudar a nadie. La faena fue peleona, mandona, y con un buen final, quizás el mejor final, la ovación de cariño de su gente. OREJA.
En ellos dos pensaba, ya no había nada de asomo de pena y sí la firmeza de que la pena nos la tendrán ellos a nosotros. Son dos toreros, nunca dejarán de serlo, herederos de una época romántica en la que los sueños se cumplían y los milagros se construían con la muleta en la mano. Morirán con la satisfacción de haber luchado por lo que más quieren sin importar razón, lógica y opiniones de nadie. Saben lo que les hace felices y con ello seguirán mientras nosotros nos rendimos a la mínima. Desde aquí, chapó, torerazos.
El resto del festival nos dejó a David Mora persiguiendo a un manso de libro de todas las formas posibles con algún muletazo muy bello que no subió a más por las huidas del novillo. Se le vio con ganas y eso es un paso adelante. DOS OREJAS
La mejor faena de la tarde fue la del portugués Juanito. En él estuvo la suerte que esquiva a sus compañeros pues el destino le puso en sus manos el toro que Álvaro y José soñarían para ayer. Un astado de buen juego con el que Juanito hizo de todo. Al natural se encajó, corrió la mano al ralentí, y probó mil y un muletazos que pusieron a la plaza en pie. Todo muy firme, muy asentado y con el ardor del torero nuevo. Se cortó al intentar matar recibiendo pero aún así se fue como una fiera a no volver a pinchar. DOS OREJAS de ley.
Cerró la tarde un muy entonado Diego García. Al de Sanse le correspondió un inválido que encontró cabeza, temple y muy buena colocación. Mientras el coso cantaba al compás del pasodoble el madrileño encajó las zapatillas para correr la mano muy templado al natural. Intentó ir más allá con guiños de novillero pero el novillo no quiso más. Acabó su faena con firmeza recibiendo DOS OREJAS
A las 8 Tordesillas abandonaba su coso tras haber dado cariño a unas historias taurinas que no caben ya en una época en la que el toreo perdió parte de su romanticismo. Nos marchamos con la certeza de admirar eternamente a quién deja su vida a su sueño con tanta firmeza de convicciones y con la esperanza de que pronto les llegue ese “último baile” que les reconcilie con tantos años de sacrificio.