Hablamos con Paco Alcalde
Hoy continuamos recordando los momentos más gloriosos de nuestra historia taurina con Paco Alcalde. El torero manchego se convirtió en figura en los años 70 siendo mucho más que su enorme capacidad con los palos. En su historia taurina tenemos enormes episodios que nos dejan claro su dimensión y que hoy recordamos con él.
¿Cómo lleva el confinamiento?
Lo llevo bien, haciendo lo que nos han indicado las autoridades sanitarias con el fin de que esto acabe lo mejor posible. De salud no hemos tenido, gracias a Dios, ningún problema en la familia.
¿Cómo cree que va a afectar esto al mundo del toro?
Muchísimo, Jaime. Las figuras del toreo, que lo son hace tiempo, lo van a sentir por no poder hacer su profesión pero los que más lo van a sentir son los que se están buscando su hueco como los novilleros, los becerristas. También lo están sufriendo mucho los ganaderos.
¿De qué manera debe hacer frente el toro a lo que estamos viviendo?
Lo primero que hay que hacer es respetar las normas, la salud es lo primero. El Gobierno debe ayudar a una profesión que es Patrimonio Cultural en España, Portugal, Francia y Sudámerica. Los gobernantes deben ayudar a que esto salga adelante. Comprendo que hay gente que esto no le gusta pero yo no me meto con ellos, que ellos no lo hagan conmigo.
¿No cree que el toro ha hecho cosas mal?
Siempre hay cosas pero lo único que sé es que esta profesión es muy dura. En mi época había que aprender en las capeas. Yo empecé allí y de ahí a hacer la tapia descargando camiones para poder vivir en una pensión. Creo que esto es muy duro y el que llega tiene un enorme mérito.
Hablemos de sus inicios.
Los recuerdo como muy duros. Con 10 años vi una corrida con Pedrés, El Cordobés y Mondeño en la única televisión que había en el pueblo. Aquel espectáculo me pareció maravilloso y decidí ser torero. En el pueblo había un becerrito de vacas lecheras que se arrancaba. Con un abriguito le di unos capotazos y me sentí torero.
Cuando vinimos a Madrid, mi padre se vino a trabajar, empecé a trabajar en verano. Ahí, con unos 14-15 años, pedía permiso para poderme ir a las capeas de Guadalajara y Valladolid. Ahí empezó mi ilusión de querer ser torero.
Un empresario, Rafael García, me echó una mano, me dio alguna novillada. Entonces, el que era capaz, toreaba mucho sin caballos y yo lo hice en pueblos de Madrid y Toledo. No terminé de convencer a ningún taurino para que me cogiera.
Me fui a Salamanca y en los tentaderos depuré mi ilusión y mi toreo aprendiendo mucho de los toreros que veía. Me fui ilusionando pero al volver a Madrid vi que la dificultad seguía.
Su carrera cambia en un festival en Ciudad Real.
Con 20 años yo ya tenía decidido irme a la vendimia pero me llamó un crítico taurino de Ciudad Real, Cecilio López Pastor, y me dijo que si quería torear un festival a beneficio de las obras de caridad que organizaba el Gobernador de Ciudad Real. Toreaban Álvaro Domecq, Pedrés, Dámaso, Diego Puerta, Paquirri y yo. Fíjate el cartel, yo estaba asustado porque toreaba al lado de las grandes figuras que había admirado por televisión. Me dejaron el novillo de Víctor y Marín y tuve la suerte de que fue muy bueno y le pude cortar el rabo. Ese novillo parecía enseñado y le pude hacer de todo.
En el tendido estaban Don Álvaro Domecq y Camará y Don Álvaro le dijo a Don José (Camará) que creía que yo podía hacer algo grande en el toreo. A los pocos días Don José me llamó a su despacho de Madrid para decirme que me pondría en tres tardes en las que tendría que salir adelante o tendría que dejar todo. En ese momento ya me olvidé de la vendimia.
Me puso en Sevilla en las novilladas que había después de la Feria, en Valencia y Barcelona. En Sevilla salí por la Puerta del Príncipe, en Barcelona corté dos orejas y rabo y en Valencia corté una oreja. De ahí salí lanzado toreando más de 60 novilladas ese mismo año.
De ahí a la alternativa.
La tomé en Barcelona con Curro Romero de padrino y Frascuelo como testigo. Estuve un año hasta que confirmé porque mi apoderado no quería al verme verde y confirmé con Ruiz Miguel y Capea.
Cuando ya logra su sitio, ¿recordaba la dureza de las capeas?
Sí, sin duda. Muchas figuras han aprendido en las capeas y luego en las tapias. Las capeas no se me olvidaban y tenía claro que tenía que salir a triunfar cada tarde al lado de las figuras. Era duro verte con Dámaso, Paquirri, Capea, Camino… y muchas tardes logré triunfar, sobre todo los primeros años. Sabía que o triunfaba o me quedaba parado.
Usted fue un gran rehiletero.
Siempre he tenido mucha afición. Cuando salía de trabajar de botones en el hotel Arosa me iba a la Filmoteca de José Gan. Quería ver a las figuras del toreo antiguas banderilleando. Miraba cómo juntaba los pies al poner los palos Joselito el Gallo. Cuando me tuve que enfrentar a Paquirri, mejor dicho cuando hice el paseíllo con él, era muy difícil porque había un gran nivel.
Detrás de Paquirri vinieron Mendes que era un fenómeno, El Soro, toree la última tarde de Miguelín en Barcelona. Miguelín era un gran torero, muy fácil con los palos, le admiraba mucho.
Muchas veces tenía que sacar la silla para que no me ganaran la pelea.
¿Cómo nace la idea de poner los palos en la silla?
Había visto a Rafael el Gallo poner los palos en una silla y me gustó. En Pamplona saqué la silla y el éxito fue tremendo. Toreaba con Paquirri y cada uno cortamos un rabo con la gente gritándome “Alcalde, Alcalde es cojonudo”…
Esas corridas empezaron a televisarse y en todas las plazas me pedían que sacara la silla. No siempre era posible el lucimiento pero recuerdo grandes tardes en Ciudad Real o Madrid, por ejemplo. En Madrid tuve que sacar la silla porque Mendes me quería comer. Le sacaba las uñas así.
Usted tuvo mucho cartel en Barcelona, ¿cómo era?
Era una verdadera joya. La gente me quería mucho y sacaban un cartel, si toreaba yo el domingo, diciendo que toreaba Paco Alcalde y dos más el jueves siguiente. Barcelona tenía una afición buenísima, iban a los toros, querían ver a las figuras pero también a los suyos como Bernadó y a los que salimos muy unidos a ellos. Había tanta afición que hubo años que fue la plaza que más festejos dio. Eran cariñosos con los toreros y predispuestos a nuestro triunfo.
¿Se exigió mucho a los toreros banderilleros por parte de los puristas?
Cuando tú haces algo más en el toro lo lógico es que te agradezcan eso y no que te lo echen en cara. Yo tengo olvidados a los críticos que nos echaban en cara el segundo tercio diciendo que era nuestro único recurso para poder triunfar. Eso me molestaba porque las orejas, realmente, se cortaban con el capote, las banderillas, la muleta y la espada. Por muy bien que estuvieras con las banderillas, si tú no estabas bien con lo demás… Yo he toreado con el capote con mucha personalidad, con los palos ya sabes, y con la muleta trataba de dar al toro lo que pedía en cada momento. Con lo que apenas fallaba era con la espada salvo con uno que tengo marcado porque perdí el rabo en Bilbao por pincharlo.
Un rabo en Bilbao. Estamos teniendo cada vez más claro el nivel de nuestro interlocutor.
Me dio mucha rabia pese a que en Bilbao he triunfado mucho y muy fuerte. Lo toree extraordinariamente pero por salirme de mi volapié, con el que apenas fallaba, y matar recibiendo le pinché tres veces antes de matarlo perfecto. Ese toro no se me olvida, le tengo clavado en mi memoria y estamos hablando de hace más de cuarenta años.
Un rabo en Pamplona, triunfador en Bilbao, uno de los más queridos en Barcelona, Puerta del Príncipe en Sevilla, trofeos en Madrid…
¿Por qué les echaban corridas tan duras a los banderilleros teniendo en cuenta sus triunfos?
Yo tuve suerte, a mí me echaban las corridas que mataban las figuras porque toreaba con ellos. Los que vinieron después de mí, como Morenito de Maracay, sí que tuvieron que matar lo más duro del campo. Los toros cogen todos pero yo tuve la suerte de que Camará hijo hiciera una fenomenal labor y estuve cinco años matando los toros de las figuras.
Hemos indicado Madrid. El maestro nos relata su historia de amor con Madrid.
Mi confirmación fue de la mano, cómo te he dicho antes, de Ruiz Miguel. Cuajé un toro y la plaza entera me pidió la segunda oreja que el presidente no me dio. Aquello me resultó raro, había algunos críticos que me tenían fichado por estar apoderado por Camará. Ya eso me da igual. Las dos siguientes tardes también corté una oreja y las tres tardes me sacaron a hombros por la puerta de cuadrillas. Disfruté muchísimo porque para mí al de mi confirmación le corté las dos orejas.
Un hecho insólito.
Me sacaron cientos de personas, no 1 ni dos, y me llevaban hasta las inmediaciones del hotel Victoria.
Esta trayectoria fulgurante, ¿se trunca en parte por la cornada de Victorino?
En parte sí. Cuando dejo a Camará me apodera Pepe Dominguín, tío carnal de mi mujer y hermano de mi suegro Domingo. Cómo no me sentía en el estado que tenía los primeros años en figura, pedí dos corridas de toros, una de Victorino. Toree dos corridas y la de Victorino pero ésta no salió buena. Iban conmigo Ortega y El Niño de Aranjuez. Me quedé con cuatro porque a Ortega el toro le pegó una cornada fuerte al entrar a matar, al Niño de Aranjuez en el sobaco y me quedé solo. En el cuarto pensaba que iba a tener suerte con los que quedaban. En el cuarto toro me destrozó las dos piernas y estuve casi dos años sin torear.
América también le quiso mucho.
Fui mucho y tuve mucho cartel en Venezuela y Perú. Hubo años que toreaba cerca de veinte pero luego iba sólo si el cartel y las circunstancias me apetecían de verdad.
En Acho indultó un toro, otra muestra más de su gran historia.
No me olvidaré nunca de su peculiar nombre, Garnabato. Ese toro fue de los más buenos que he visto en mi vida. Le puse un par de banderillas y vi que no me iba a querer coger. Me puse de rodillas y el toro giró a mi alrededor pero no me quería coger, se paró a un metro. Aquello se caía y en la muleta tenía la misma bondad que un niño. La gente pidió el indulto y todo fue tan grande que la gente me lo recordaba cada año.
Cuando se logra tanto y se desaparece de los carteles, ¿cómo se lleva?
No se lleva bien. Era joven y me veía con la capacidad de andar en buen lugar, no sé si al nivel de los primeros años. En el año 98, yo andaba maduro, me pidieron que toreara la Beneficencia de Ciudad Real y fue televisada por la 1. Corté tres orejas y firmé 28 corridas de toros, fue muy importante.
Al día siguiente toreaba en Madrid un festival y tuve mala suerte. Un novillo me pegó un cornalón cerca del ano y estuve un año sin torear. Muchas veces uno no piensa las cosas por hacer un favor y me pasó eso.
¿Cuándo se ha sido figura cuesta más pasar a lucir la plata?
La gente no olvida lo que has hecho. Soy una persona y tengo a mi familia. Cuando hay que hacer las cosas por ellos no queda otro remedio. Mi sobrino Francisco Rivera me pidió que fuera con él. Al principio me costó pero luego quería dar la talla y estuve muy a gusto los cinco años que estuve. Gané un dinero que me ayudó a jubilarme.
¿Una vida feliz?
Dura al principio pero siendo tan feliz las cosas se te hacen cortas. Muchas veces sueño con los toros cómo si fuera hace cuarenta años. Sigo disfrutando de todo cómo si estuviera allí. Recuerdo lo bueno y lo malo que hice pero lo disfruto todo cómo disfruto a un torero toreando bien de verdad.
Su hoja de servicios ahí queda.
Ha sido muy importante mi carrera, la recordaré siempre y siempre estaré agradecido a la afición, a los taurinos y a los medios de difusión que tanto ayudan a la Fiesta.