Hablamos con Julio Vega “Marismeño”.
En estos días de confinamiento y fases seguimos disfrutando de la grandeza del toreo. Hoy contamos con el testimonio de Julio Vega, Marismeño. Un torero que alcanzó una exitosa carrera de novillero con triunfos en plazas tan importantes como Zaragoza y que tocó la gloria cómo matador. Con él repasamos una vida en la que su pasión al toro le hizo superar momentos muy duros. Una historia de vida y de grandeza.
¿Cómo lleva el confinamiento?
Lo llevo bien porque tengo la suerte de vivir en el campo a las afueras de Sanlúcar. El tener la suerte de vivir en el campo hace que los días se me hagan cortos porque en el campo siempre hay cosas que hacer. De salud estoy bien con los cuidados que debo tener después del infarto que sufrí.
¿Cómo era torear en La Marisma?
Era muy sacrificado pero era el único medio que uno podía tener. En Sanlúcar hay una ganadería cerca pero no tenía medios para poder desplazarme por Jerez o Sevilla. No había más medios y no quedaba otro remedio que buscarse la vida.
De noche…
Sí, o cuándo se podía pero buscando las vueltas a los guardias. O de noche, o al atardecer, al anochecer o en días de niebla. Siempre con la luna llena para poder ver algo, para nosotros era cómo si estuviéramos en una plaza de máximo alumbrado.
Con el miedo del animal, el miedo de que no te pillen, ¿cómo se podía torear ante tanta tensión?
Cuando eres joven no se miran esas cosas. La tensión estaba, en cualquier momento podían venir los guardias y los mayorales. Además estaba el riesgo de ser herido por el animal, a nosotros no nos hirieron pero sé de gente a la que pegaron cornadas en esa Marisma.
El maestro no es el único que pasó por allí pero no reniega de su pasado.
Aquello era ilegal, es normal que otros no digan que han pasado por allí. Aquello que hacíamos era una barbaridad por el riesgo y porque hacías mucho daño a la ganadería. Si tú toreabas becerras sin tentar, al salir al tentadero el ganadero no las podía ver bien. Hoy, afortunadamente, los chavales no tienen que hacer eso, lo nuestro era una necesidad.
Antes los ganaderos te echaban de los tentaderos, la situación es muy diferente a la actual. El mal trato que nos daban hacía que fuéramos más rebeldes y nos la guardásemos para hacerles la luna.
¿Cómo en esa guerra le brota ese toque tan sevillano en su torero?
Yo me fijaba mucho en los toreros de mi época. Cuando empecé a ir a los tentaderos veía a grandiosos toreros como Pepe Luis Vázquez y Manolo González. El verles hace que te quieras asimilar, nunca copiar, a su forma de torear. Ahora todos los toreros son iguales por culpa de las escuelas. Yo soy favorable a las facilidades que dan a los chavales pero estos deben diferenciarse entre ellos.
Maestro, cuando uno vive unos comienzos tan duros, ¿eso se traslada a tener más hambre delante del toro?
En mi época uno quería tener más bienestar del que había. La infancia de mi generación y la de la anterior fue muy dura. Nací en el 49 y había mucha necesidad, además lo único que veías era el toro, el fútbol apenas existía. Desde pequeño, me ha gustado mucho la escultura, me hacía mis vacas, mi plaza, mis cajones, mis mayorales, todo de barro. Era necesidad y afición.
Siendo un niño y se lanza de espontáneo.
Tenía 10 años. El año anterior había toreado dos becerras en La Marisma y al año siguiente había un festival en Sanlúcar. Les dije a mis hermanos mayores que si me pagaban las entradas me iba a tirar de espontáneo. Me pagaron la entrada, costó tres duros, y supongo que lo haría bien porque la gente me sacó a hombros y me llevaron a la plaza del Ayuntamiento.
Ahí ya estaba el veneno.
Si, ya con 12 años me fui de noche a la Marisma con otro aficionado al toreo que tenía 25. Yo era el que sabía cómo había que coger el caballo, cómo había que apartar, era el “profesor” con mis 12 años. Tuve suerte y pudimos torear cuatro vacas. Fue duro porque tenías que estar muy fuerte para torear entre la maleza tan dura que había.
Después marcha usted a Salamanca siendo un niño.
Aquello fue muy duro. Era el mes de enero, un frío que hacía enorme, estuve toda la noche escondido en los asientos de madera que había. Cuando bajé me puse malo, al sonarme la nariz parecía el tubo de escape de un camión por el hollín que te comías de la calefacción. En la Plaza Mayor de Salamanca me vio una señora que me recogió al verme muy malo. Me regresó para Sevilla, me pagó el billete, y al llegar a Sanlúcar mejor no contar la reacción de mi padre.
Me reafirmo en lo dicho antes, ¿no cree que pasar estas necesidades se nota delante del toro?
No lo sé, es lo que había que hacer en aquella época. Hoy no existe la dureza, todo es comodidad, en todas las casas hay un cuarto de baño por lo que si uno no se ducha, es un puerco. Antes no podías bañarte, no había esos cuartos de baño. La dureza era la forma de vida y tú siempre querías mejorar tu vida. Aunque los toros te tenías que gustar, tú buscabas salir de esa vida y mejorar.
Hablamos ya de su época de novillero, usted arrastró mucha gente.
Aquello se me hacía muy grande. Me preguntaba muchas veces qué había hecho yo para que tanta gente me siguiera. Toreaba en Sanlúcar, tanto sin picadores como con picadores, y se quedaban miles de personas en la calle. En El Puerto, mano a mano con Ruiz Miguel, y la gente fuera. En Sevilla llevé 5000 personas siendo novillero, tenía aceptación de la gente.
Una etapa de novillero figura.
Debuté sin caballos en 1966 toreando 14 novilladas. Debuté con caballos en 1967 toreando 17 picadas y antes 12 sin picar. Me presenté en Barcelona en 1968 y estuve afortunadamente bien, le corté dos orejas a un novillo, toreando con El Hencho y Juan José. Con Juan José toreamos mucho con caballos, fuimos de pareja, él tomó la alternativa antes que yo y acabé yo primero en el escalafón pues antes íbamos en pareja. Luego tomé la alternativa.
¿Por qué no le dejaron salir a hombros en Sevilla?
Yo adoro Sevilla pero siempre hay alguien en todos sitios que puede meter la pata. No sé si es una decisión de los maestrantes, del presidente o qué. A Ojeda también le pasó cómo a Dámaso González. Es una polémica que no te puedo explicar porque luego han salido toreros de Sevilla con dos orejas.
En su carrera triunfa también en Zaragoza, una plaza nada fácil.
Allí llegué a tener mucho cartel, corté cuatro rabos. Una novillada de un ganadero de La Marisma, José Escobar, que era puro Santa Coloma y era muy bravo. Toree con Ruiz Miguel y Pepe Luis Román cortando cuatro orejas y un rabo perdiendo otro rabo con la espada. En las demás tardes cortaba 2-3 orejas y tuve mucho cartel, me trataron muy bien.
También tuvo mucho cartel en Barcelona, ¿se le atragantó Madrid?
Ésa es la palabra, se me atragantó. No me presenté de novillero allí y no paré de darlo vueltas, se me hizo muy grande. El día anterior de mi confirmación Palomo cortó un rabo, al otro día parecía que la gente se arrepentía pero Palomo lo había cortado de verdad. La gente parecía arrepentida pero no me sentí bien, llevaba 20 días sin coger el sueño por la responsabilidad.
¿Faltó en su carrera alguien que trabajara esa mentalidad estando usted acostumbrado a un toro serio?
Sí, Madrid es muy complicado. Antonio Bievenida, que en Gloria esté, no se portó bien conmigo y me echó el público encima por culpa de una ayuda. La gente se me echó en contra, me pitaban por todo y me vine abajo.
¿Le pesó estar en la Casa Chopera y la presión que conllevaba?
No, yo tomé la alternativa en el 69 y hasta el 72, mi primer año con ellos, no pisé Sevilla. Cuando me coge Manolo Chopera me presentó en La Maestranza con Puerta y Camino. Esa tarde se hicieron 18 quites a la corrida de Carlos Núñez y corté oreja en cada toro perdiendo otra de cada uno por la espada. Luego corto tres orejas en San Miguel y no me dejan salir por la Puerta del Príncipe.
Con esos triunfos fui a confirmar al año siguiente pero no me atendieron bien con las cinco orejas en dos tardes de Sevilla. Cómo no estuve bien en mi confirmación me atendieron peor y entra mi declive.
Una vez decidido el momento de dejarlo usted se recoloca en el mundo del toro como veedor tras una reaparición.
Me retiro en el año 79 y me encuentro más tarde a Manolo Chopera en Sanlúcar. Estaba comiendo y un amigo me avisó que estaba allí. Decidí esperarle a que terminara de comer. Le saludé, ya era empresario de Madrid, y estuvo muy cariñoso conmigo diciéndome que tenía que torear, que él me pondría en Madrid. Estuvo más cariñoso que cuando estábamos juntos.
Me dijo que tenía varias corridas y me puso en la del suegro de Ruiz Miguel. Me dijo que me ponía a las dos semanas pero le dije que esperara. Nos encontramos un 13 de Junio y toree a los 35 días. Toree 25-30 vacas viejas, la que se acordaba me dejó torear menos y la que menos se acordaba pues me dejó más. Corté una oreja y toree 4 años más. Volví en 1985 y me retiré en 1989.
Aparece César Rincón en su vida.
Le conocí en El Puerto de Santa María y me pidió que le echase una mano. Me le llevé a mi casa, le llevé a tentar a casa de Buendía e hicimos una gran amistad. Todos los años se venía a España a mi casa. Cuando él consiguió triunfar en Madrid me llamó a mitad de temporada para que toreara con él. Al retirarme estaban en mi habitación Curro Vázquez y César Rincón, dos grandes amigos míos, dije que no volvía. Cuando me ofrece volver le digo que no y me ofrece trabajar de veedor. Estuve varios años con él, luego con José Tomás, con El Juli… Ahora cuando torea José Tomás colaboro con él y trabajo con Maximino, Bayona, Vic…
Hago lo que me gusta, el campo, el toro, debo agradecer al toro que me ha dejado dar una carrera a cada uno de mis hijos.
¿No le quedó la sensación, viendo su trayectoria, que con una persona que le comprendiera mejor hubiera llegado más lejos?
Tuve un apoderado que no me trató bien. Soy el menor de mis hermanos, me crié sin madre y eso fue duro. El apoderado que yo tuve, cuando corté cuatro y un rabo en Zaragoza, me echó la bronca diciendo que no tenía derecho a comer por no cortar el rabo al novillo que pinché. Eso me afectaba, me afectaba hasta una mala mirada de alguien. He sido una persona muy sensible, con los años ese tipo de tratamiento ya no me afecta. Todo eso me afectaba porque quería ver en el toro mejor bienestar en todo, no económico, sí en el trato porque mi infancia había sido muy dura.
Necesitaba cariño.
Sí, necesitaba y demandaba cariño y mi apoderado no me lo daba. Era una persona muy cruel, muy bruta, y aquello me afectó.
Usted ha dejado huella con el lado contrario a su apoderado.
A mí me ha educado la universidad de la vida y he conocido lo malo. Siempre he tratado de aprender de lo bueno. Mi segundo padre fue Joaquín Buendía, llegué como aficionado allí y al día siguiente me puso a tentar. Gracias a Don Joaquín Buendía los demás ganaderos me trataron mejor y cogí cartel para evitar ir a La Marisma. Uno de los consejos que me dio no le olvidaré nunca. “Niño, te voy a dar un consejo. Preguntar no es malo, escuchar tampoco y ver, tampoco pero opinar, lo menos posible. Es la realidad de la vida porque si opinas de algo te puedes encontrar con alguien que sepa de algo más que tú”.
Me ha gustado opinar poco de todo. Cuando me han preguntado he salido al paso pero sin explicaciones porque me da miedo equivocarme.
Siempre he procurado coger lo bueno de la gente, lo malo no te lleva a nada. ¿Sabes lo que es acostarte tranquilo y levantarte deseando obrar bien? He tenido la virtud de no faltarme el campo, he tentado camadas enteras de hierros, y siempre he llevado el coche lleno de aficionados que se han sentado en la misma mesa que yo. Paco Ojeda vino la primera vez al campo conmigo, él tenía 15 años y yo era matador de toros. En el coche entraba conmigo en las fincas y a los que venían conmigo trataba de mejorarles en los que podía.
Esa faceta ayudando a la gente le ha hecho tan querido. Maestro, ¿podemos decir que ha merecido todo la pena?
Fíjate si ha merecido la pena que si volviera a nacer, volvería a ser torero. Con todo lo que he pasado, lo que he sufrido, es la procesión más bonita del mundo.
Cuando uno sufre en su infancia o se venga uno del mundo o se es mejor padre. Me queda clara su elección.
Yo no sé si he sido mejor o peor padre, sé que he tenido suerte con mis hijos. Han venido sanos y he tenido una gran compañera que me ha ayudado a educarles. Yo me eduqué sólo y no quería que pasaran por lo que yo he pasado. El dar una carrera a cada uno de ellos, y tengo tres, es la mayor satisfacción de mi vida.
No hay mejor final, muchas gracias maestro.